—Hola, Juanico.
—¿Cómo sabes mi nombre y cómo coño has conseguido entrar en mi casa? Sal ahora mismo de aquí.
—Yo lo sé todo, Juanico, y vives en una casa medio hundida en mitad del monte, entrar es fácil, no hay puertas, ni ventanas, no sé, es fácil.
—¿Y cómo es eso de que lo sabes todo? ¿eres Dios?
—Pues no exactamente, soy un extraterrestre, lo que pasa es que he poseído el cuerpo de un tal Antonio Banderas para desarrollar mi labor.
—Ya decía yo que me sonabas de algo, ¿Antonio Banderas es futbolista o algo así?
—Creo que es actor, pero eso es lo de menos, estoy aquí porque has sido elegido para darme información sobre la tierra.
—Información de la tierra no tengo, no soy geólogo, topógrafo ni nada parecido.
—Me refiero al planeta tierra, a vuestras costumbres y demás.
—Pues tampoco soy antropólogo.
—Pero algo sabrás, aunque sea de tu entorno.
—Mira, Antonio, ¿te puedo llamar Antonio?
—Sí, claro.
—Pues mira, Antonio, tengo 75 años, he pasado en la cárcel los últimos 40, así que lo único que puedo contarte es como hacer un punzón con un cepillo de dientes y poco más, ¿por qué te crees que vivo en una casa medio hundida en medio del monte?
—Vaya, qué faena.
—Pues sí, la cárcel es durísima, y aunque después de tantos años en una celda pueda parecer que vivir aquí es un lujo, tampoco se lo recomiendo a nadie.
—No, si lo decía por lo de que no puedes ayudarme mucho.
—Extraterrestre y gilipollas, lo tienes todo, en vuestro planeta no conocéis la empatía por lo que veo, búscate a otro para ayudarte en tus mierdas, sal de mi casa ahora mismo, es la segunda vez que te lo digo.
—Perdón, no quiero interrumpir —Una voz habla asomando por uno de los huecos de una de las inexistentes ventanas de la casa.
—Vaya mañanita de visitas de desconocidos ¿quién cojones eres tú ahora?
—No quiero molestar, soy Marta, estaba haciendo una ruta de senderismo y creo que me he perdi… ¡Joder, tú eres Antonio Banderas!
—Bueno, en realidad no.
—Pues eres igualito, en serio, pero bueno, que el caso es que me he perdido y quería saber si me podéis decir dónde estoy y como vuelvo al pueblo.
—Antonio, aprovecha y te vas con ella, que en el pueblo seguro que te pueden explicar más cosas que yo aquí, y seguro que por el camino Marta también te puede explicar muchísimas cosas.
—Le has llamado Antonio, joder, es que hasta el nombre coincide, por mí encantada de que me acompañes, con tal de llegar al pueblo no me importa.
—Vamos a ver, que el elegido eres tú, Juanico, que si eres el elegido es por algo, tú enséñame lo que tengas que enseñarme, mucho o poco, a mí me resulta de gran utilidad, los elegidos siempre lo son por algún motivo, no me voy de aquí hasta que me enseñes lo que sepas.
—Bueno pues te explico lo del punzón con el cepillo de dientes.
—Pero a ver, y perdonad que me meta donde no me llaman, ¿de qué habláis? ¿qué es eso de ser el elegido?
—Pues Antonio, que en realidad no es Antonio Banderas, que es un extraterrestre y dice que he sido elegido para darle información de la tierra, información que luego él tiene que llevar a su planeta.
— ¿Y tú te crees esa mierda? ¿en serio? vale que no sea Antonio Banderas pero que se parezca muchísimo, eso lo podría comprar, pero lo de que es un extraterrestre... ¿qué pruebas te ha dado?
—Niña, haz el favor de callarte que a ti no te ha dado nadie vela en éste entierro, circula y no te metas donde no te llaman.
—Antonio, en mi casa mando yo, aquí no mandas callar a nadie, además la chica tiene razón, demuéstrame que eres un extraterrestre.
—Juanico, ¿de verdad la vas a creer a ella antes que a mí? Nosotros somos amigos hace más tiempo.
—Venga, me has dicho que lo sabes todo, dime de dónde viene Marta y el nombre de sus padres.
—No, pero a ver, lo sé todo, pero de ti que eres el elegido, no de ella.
—Empiezo a pensar que es todo mentira, seguro que hasta eres el auténtico Antonio Banderas.
—No lo dudes, Juanico, es el auténtico y está intentando engañarte, seguro que está aquí para prepararse un papel o algo.
— ¿Es eso cierto, Antonio? ¿Me estás utilizando para prepararte algún papel?
—Está bien, está bien, sí, soy Antonio Banderas, y sí, la puñetera niña tiene razón, voy a protagonizar una película en la que tengo que hacer de un hombre que acaba de salir de la cárcel después de muchos años y necesitaba conocer a alguien que hubiera estado en esa situación, vi en un periódico tu historia y me acerqué al pueblo, allí me dijeron que estabas viviendo aquí y bueno, el resto de la historia ya la conoces.
—Menudo sinvergüenza el Antonio ¿sí o no, Juanico?
—Totalmente, Por eso me decía que cualquier cosa que le dijera le valdría, por eso insistías en que te contara cualquier cosa, ¡me cago en mi puta vida, Antonio! ¡me cago en mis muertos, Antonio! ¡no hay cosa que más me joda que vengan a mentirme en la cara, Antonio!
—Tranquilízate, por favor, Juan.
—¿Ahora soy Juan? ya no tenemos confianza para llamarme Juanico.
—Es que menudo cabrón estás hecho, Antonio.
—¡Tú cállate la boca, niñata!
—Te he dicho que en mi casa no mandes callar a nadie, Antonio, te lo he dicho.
—Perdona, tienes razón, discúlpame.
—No, pero no te disculpes conmigo, discúlpate con ella.
—Ya, si tienes razón.
—Pero que no me des la razón, que te disculpes con ella.
—Que sí, que ya lo sé.
—Me estás poniendo de los nervios, Antoñico, deja de darme la razón y discúlpate.
—Es que por su culpa se me ha jodido el plan, no voy a disculparme.
—No hagas pucheros, que no me voy a ablandar.
—Pero es que…
—¡Ni pero es que ni hostias!
—A ver, Juan, que a mí me da igual, yo con que me digáis cómo volver al pueblo me vale, si quieres bajamos juntos, Antonio.
—Yo no voy a ninguna parte contigo, me has jodido el plan, puedes irte sola.
—No, el que se va a ir rapidito a tomar por culo de aquí eres tú, Antoñito, es la tercera vez que te lo digo así que fuera, venga, a la mierda de aquí, si quieres irte con Marta bien y si o te vas sólo, pero fuera ya.
—Explícame por lo menos lo de hacer un punzón con el cepillo de dientes, y no hace falta que me empujes.
— ¿Cómo que “por lo menos”? Si te he dicho que es lo único que iba a contarte, me tomas por gilipollas otra vez.
—Venga, por favor, ¿qué te cuesta?
—Marta, si sigues la senda que tienes a tu derecha, en poco menos de media hora estás en el pueblo, no tiene pérdida.
—Pues muchísimas gracias, Juan, que te vaya bien.
—No, gracias a ti, que me has abierto los ojos con este gilipollas ¿todavía estás aquí?
—Vale, vale, ya me voy, ¿puedo ir contigo, Marta?
—¡Qué remedio! Todo el mundo no es como tú.
—Muchas gracias, de verdad, y perdona lo de antes, ¿tú no tendrás algún conocido que haya estado en la cárcel, aunque sea poco tiempo?
—Calla y aprieta el paso que enseguida se nos hace de noche.
—¿Pero conoces a alguien o no?
—Te he dicho que calles y aprietes el paso, segundo aviso.
—Qué manía tenéis todos por aquí de contar lo avisos…
—Yo no soy de por aquí.
—¿De dónde eres?
—Soy extraterrestre.
—Muy graciosa.
Dejo por aquí una encuesta de vital importancia para el futuro de la humanidad, si son ustedes tan amables de contestar les estaría eternamente agradecido (como el mismísimo Rosendo).